Fuente Los Tiempos|
Texto: Luzgardo Muruá
Fotos: David Flores Saavedra
Un fenómeno social se ha desatado en la zona sur de Cochabamba: el tinku o runa tinku, una práctica ancestral de los pueblos andinos que consiste en enfrentarse a puñetazos o chicotazos para resolver conflictos, medir fuerza o celebrar ritos. Podría decirse que en la actualidad es el boom del espectáculo y el folklore popular en la periferia valluna.
Esta modalidad, que originariamente consistía en derramar sangre para que la tierra bebiera y recompensara con frutos, recobra auge entre los jóvenes migrantes de Potosí, Oruro y algunas provincias de Cochabamba, influidos por las redes sociales y por la figura de Maju Rioja, un peleador boliviano que triunfa en el afamado takanakuy peruano.
Lejos de sus comunidades de origen, estos jóvenes buscan revalorizar sus costumbres y afirmar su identidad a través del tinku, adaptándolo a su contexto actual y a su propia moda.
Los combates son voluntarios, equitativos y regulados por grupos organizadores que actúan como árbitros y mantienen el orden. El que quiere pelear acude y busca su contrincante. Los que ofician de jueces velan para que los rivales reúnan las mismas condiciones, por decir, estatura, edad, corpulencia.
Esas mismas reglas son aplicadas a las peleas entre mujeres. En el campo de batalla, la diferencia es poca: solo se nota por las polleras. Los golpes duros, las técnicas grotescas, los festejos eufóricos… son similares.
No se trata de una violencia desmedida, sino de un deporte con reglas y límites, que se realiza con guantes, monteras y otros accesorios típicos.
Se dice que los varones se atreven a entrar a la pelea, más que otra cosa, para demostrar la hombría a su cholita (enamorada o novia). Las mujeres lo hacen por esas y otras mil razones que solo ellas lo saben.
El tinku o runa tinku es una forma de expresión cultural, de recreación y de integración social para estos jóvenes migrantes.
También es una manera de que esta nueva generación se integre al mundo de las redes sociales en busca sus propios héroes e ídolos, y recree su entorno manteniendo su identidad.
Lo tangible es que, durante la reyerta, el que primero cae al suelo, pierde. Y así, cada fin de semana, los jóvenes y el tinku prosiguen la construcción de su historia al son de música, bebida, jolgorio, muchos golpes y mucha adrenalina.