Arce Catacora socapando la brutalidad policial


© Wilson García Mérida | Columna Sopa de Maní |

¿Qué necesidad tuvo Arce Catacora para socapar a aquel jefe policial que ejerció violencia criminal contra su camarada disidente, asfixiándolo mientras le apretaba el cuello con su torpe brazo? Decir que el coronel Holguín es “un gran profesional” al “disculparse públicamente” por semejante arranque cogotero, denota una desconcertante mediocridad moral del Presidente. No es concebible que un mandatario, nada menos con la investidura presidencial, minimice tal acto de matonaje reduciéndolo a un inofensivo “exabrupto.

La brutalidad policial, en todo tiempo y lugar, es la expresión más descarnada de regímenes autoritarios que el mundo moderno conoce desde que el fascismo de Hitler y el totalitarismo de Stalin castigaron a la humanidad en el siglo XX. Las democracias de la nueva era no avanzarán en su construcción humanitaria, si no erradican esas prácticas nefastas en la cotidianidad del poder. En Bolivia el retroceso es atroz, tanto desde el neo-estalinismo dominante (“evista” y “arcista”) como del neo-fascismo alterno (no olvidemos a Añez, Murillo, Camacho y sus decadentes padrinos). No tenemos a la vista una Centralidad Ética en la cual refugiarnos.


El coronel Holguín no tenía un motivo razonable para hacer aquella ostentación de fuerza tan grotesca, abusiva y cobarde. Su víctima, un joven capitán contestatario, proscrito, que hacía uso de su derecho a la libre expresión, vestido de civil, y en defensa de sus camaradas, no era un delincuente, menos narcotraficante ni un peligroso prófugo para ser reducido con una “llave mataleón” en manos del comandante policial. Y aunque estuviese “usurpando funciones” como argumentó el prepotente coronel para justificar su brutalidad, el capitán no merecía ese trato, ni ningún ciudadano lo merece cuando acude a una unidad policial en pos de justicia.

Holguín representa la lógica autoritaria de gobernar siendo generosos con los criminales, e inflexibles con los disidentes y defensores de la democracia y la verdad. Los niveles de corrupción en un régimen delincuencial, son directamente proporcionales a los grados de conculcación de los derechos humanos.

La impunidad y la creciente ola de prepotencia e inmoralidad que prevalecen en las unidades policiales del país, como una línea impartida desde los altos mandos y desde el Gobierno mismo, nos recuerdan aquellos tiempos sórdidos de García Meza.

El incoherente estilo de gobernar que muestra Arce, nos lleva a ese viejo dilema democrático de quiénes gobiernan para quienes. ¿Gobiernan para sí mismos, para su familia, para sus socios y cómplices en la repartija del botín, o gobiernan para el pueblo que les eligió en las urnas? ¿Para quién gobierna Arce Catacora?

Hacer apología de un policía cogotero no es precisamente un buen acto de gobierno. De hecho, en este caso Arce demuestra que no gobierna. Aquí el “Uno” parece ser su Ministro de Gobierno, Del Castillo, cuyo nefasto poder se arraiga en sus vínculos profundos y muy lucrativos con los peces gordos del narcotráfico, que operan a través de la elite policial en su entorno. No me extrañará ver a Del Castillo como jefe de campaña de Arce, como lo fue Quintana de Evo, en el próximo lavadero electoral. Ya hablará Marset.

La esperanza de que el gobierno de Arce representaba una “renovación” ética y libertaria respecto a la mafia partidocrática de Evo Morales, se esfumó como una pompa de jabón. Nos gobierna una pandilla intelectualmente mediocre y moralmente discapacitada. Son el lumpen del MAS, el continuismo solapado e inescrupuloso del narco-estalinismo, empezando por Choquehuanca.


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